La Iglesia siempre ha enseñado a buscar la ayuda de Dios en las necesidades, para sí misma y para toda la humanidad, porque sabe que la vida de cada hombre está “en manos de Dios”. La epidemia de coronavirus, Covad 19, por su novedad, virulencia, difusión e incertidumbre, nos hace comprender que a pesar del enorme progreso de la ciencia y la medicina, el hombre no está protegido de los peligros, por el contrario, está experimentando una gran fragilidad y la falta de esa autosuficiencia que caracteriza el sentimiento común de hoy. Y luego, al adoptar todas las medidas de prevención y contención, reconocemos nuestra debilidad estructural y también le damos a nuestra oración el tono de súplica, es decir, hagamos a Dios la solicitud sincera y segura de ser protegidos, sanados, salvos.
Recuerda, oh purissimo esposo de la Virgen María,
o mi dulce protector,
San José, que nunca se escuchó a nadie invocar tu protección y pedir tu ayuda,
sin haber sido consolado.
Con esta confianza vengo a su presencia y lo recomiendo fervientemente.
No quiera despreciar mi oración,
oh Padre putativo del Redentor,
sino recibirla piedosamente y escuchala.
Amén.